Cuando llega la noche las preguntas te invaden. Surgen en la mente como si de miedo se tratasen. Quizás no las quieras saber o las respuestas te den terror. Tanto pavor como para desecharlas al mas lejano olvido.
Tarde o temprano vuelven y son mas peligrosas.
Quizás los años, el cansancio, la edad. Ella quiere vivir, perseguir una meta, alcanzar un sueño y reír toda la vida rodeada de gente que despierten en ella esa chispa que siempre mueve al mundo.
Al final todo lo que había construido con sus manos, ganado a pulso por su esfuerzo, trabajado hasta el último minuto de sus horas del día, se había desmoronado.
Tenía una vida perfecta, la gente desde fuera la envidiaba. Hasta ella misma se lo creía y fueron pasando los años tan livianos que parecía que nada malo le afectaría. Ya no, después de tantos años solo deseaba tranquilidad suprema.
Tan diferente, tan esquizofrénica. Su vida había sido una montaña rusa incontrolable, tanto que a veces en la oscuridad se preguntaba el por qué su carácter era así de agotador, así de extremo, tan radical.
No encontraba respuesta porque las noches pasaban voladas dormida o soñando despierta. La solución no estaba escrita para que llegase en ese momento. El momento que ella quería.
El tiempo tan severo, tan esclavo, tan estrictamente perfecto y celoso de las prisas...
Cuando las respuestas se quedan en stand by la cabeza da vueltas, atormentan, presionan, no dejan dormir. Ella se las contaba cada noche a su compañero de vida, de revueltas, de momentos. Esperando siempre una palabra que la sacase de ese sopor en el que estaba inmersa día tras día.
Mujer autómata, sumisa, esclava de la rutina.
Todo lo que ella odiaba y repudiaba desde que decidió ser persona y estar viva.
Soledad que año tras año llegaba a su puerta, se iba quedando sin nadie. La gente se olvidaba, encontraban a otras personas mas interesantes que ella o simplemente no llegaban a cogerle el punto. No es culpa de nadie y es culpa de todos. Interesarse por algo es una opción que debes imponerte y gustarte.
Ella cenaba, se sentaba en su sofá y hacía ver que veía las notícias o los programas de actualidad. Cuando daban las once de la noche se dirigía a su cama, ese lugar donde tenía que acogerla con intimidad, cariño y bienestar. Se acurrucaba en su almohada posando la mano debajo del cojín y el brazo por encima de su pecho y al cerrar los ojos dos gotas asomaban por sus pestañas, recorrían sus mejillas y caían por sus labios a la nada. Las fosas nasales empezaban a inflamarse y los senos para-nasales se llenaban de angustia contenida, un silencio que no tenía porque ocultar y un pequeño ahogo que se tragaba. Tragaba para poder apretar aún mas sus ojos cerrados, sonarse la nariz y acabar así ese precioso día.
La tristeza acababa ahí, la mecía y la transportaba a un nuevo día...
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